En relación con el último post titulado "Lumbociática: ¿reposo y antiinflamatorios?" quisiera contaros una fábula científica que muchos de vosotros ya conoceréis y que trata sobre un curioso experimento científico realizado con nuestros primos los chimpancés. Le he llamado fábula, a pesar de que los animales protagonistas no hablan, por tres razones. La primera es porque no tengo pruebas de que el experimento haya sido realizado en realidad, aunque es probable que así haya sido. La segunda es porque de alguna manera hablan, aunque no con palabras. La tercera razón es porque su lectura es ejemplarizante, tiene moraleja, podemos aprender algo de ella y es fácil que nos sintamos identificados con la situación en ella representada.
Vayamos al grano.
Unos científicos ansiosos con acceso a una jaula de chimpancés y nómina en una empresa con un elevado montante de subvenciones estatales en I+D+i, deciden dedicar su tiempo a realizar un experimento con el siguiente diseño.
Una población de chimpancés en número de cinco individuos son confinados en una vivienda con paredes de barrotes y por lo tanto sin problemas de ventilación. En el centro de la estancia se dispone una escalera de aproximadamente unos 10 peldaños, en cuyo extemo superior se coloca un racimo de plátanos o bananas que, como es sabido, constituyen una tentación a la que el primate no se suele resistir (se procederá al recambio del racimo de plátanos en caso de que sea necesario, si su estado de maduración los convierte en poco apetitosos al goloso simio).
En el momento que se descubre el manjar y todavía con cierta confusión el primero de los monos sube por la escalera, segregando más saliva que el perro de Paulov, y alcanza los plátanos, momento que aprovechan los científicos para suministrar un manguerazo de agua helada a los monos que se han quedado esperando, con el consiguiente enfado de los mismos. Esta conducta se repite unas cuantas veces. Más o menos a partir de la tercera los más agudos intuyen que cada vez que uno de ellos toque un plátano los demás recibirán un manguerazo de agua helada automáticamente. Los más frioleros se hacen dueños de la situación y cada vez que un mono con apetito sube a la escalera lo disuaden rápidamente a base de gritos y golpes que generosamente le propinan hasta en el cielo de la boca. Pronto todos aprenden lo que no se debe hacer, y a la manguera comienzan a salirle telarañas por desuso.
Pero hete aquí que los científicos, algo aburridos, deciden sustituir uno de los ejemplares por otro menos maleado y más inocente. Según entra en la jaula y nada más ver el racimo de plátanos en lo alto de la escalera piensa para sí que el racimo debe de ser un regalo de bienvenida y decide darse un homenaje. Pone un pie en el primer peldaño y el resto de los monos lo agarran y le dan otro tipo de bienvenida para que aprenda que esos plátanos son sagrados y no se tocan. Lo aprendió muy rapidito.
En la fase tres del estudio se sustituye otro mono titular por otro suplente. Al poner el pie en el primer peldaño recibe una monumental paliza a la que se suma con gran interés, a pesar de no conocer muy bien los motivos, el primer mono suplente.
Van sustituyendo el tercero y el cuarto. Y siempre que los nuevos intentan subir por la escalera son disuadidos eficazmente por todos los demás sin excepción.
Cuando sustituyen al quinto chimpancé comprueban con asombro que intenta subir a la escalera y todos los demás monos se lo impiden de una forma expeditiva haciendo uso de la violencia. Ninguno de los monos agresores ha recibido nunca un manguerazo de agua helada porque todos los monos titulares han sido sustituidos. El resto de los monos ha aprendido que por alguna razón no se pueden comer los plátanos del extremo de la escalera.
Si los monos pudieran hablar, el quinto de los monos suplentes preguntaría a los demás: ¿pero por qué no podemos coger los plátanos de la escalera, con lo ricos que están?
Cualquiera de sus congéneres sin tener muy clara la razón auténtica le contestaría: "No sé, aquí las cosas siempre se han hecho así".
Afortunadamente no somos chimpancés, tenemos más facilidad para la comunicación que ellos y tal vez algunos de nosotros tengamos más espíritu crítico. No obstante y sorprendentemente, es difícil cambiar una rutina. Se necesita iniciativa, ilusión, compromiso, dedicación y esfuerzo o, en caso de carencia de una o más de las anteriores cualidades, al menos interés (reconocimiento, popularidad, poder, o retribución, bien sea económica o en especie). Personalmente me parecen menos contaminantes las primeras aunque desafortunadamente muy escasas en los tiempos que corren (y me incluyo); y de las segundas, me inspiran cierta ternura el reconocimiento y la retribución siempre que sea transparente y proporcionada. En cuanto al poder y la popularidad me gustan menos como impulsoras del avance científico, pero me temo que globalmente y en la actualidad tienen un elevado peso específico en el mismo.
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